domingo, 6 de abril de 2014

Escuela de Padres-Sobreprotección hacia nuestros hijos

Buenas tardes. 

Os dejamos con un artículo sobre la sobreprotección hacia los niños/as en la etapa de 3-6 años. El por qué se sobreprotegen, la relación que se tiene al respecto, ejemplos de sobreprotección, etc.

Esperamos que sea de vuestro agrado. Un saludo.



                           

 Sobreprotección hacia nuestros hijos

LA RELACIÓN CON NUESTROS HIJOS

Desde que nacen nuestros hijos, los padres establecemos con ellos un vínculo emocional que nos une de manera especial. Este lazo lo complementamos con la educación que les damos, pero muchas veces lo primero restringe lo segundo, o al revés. Los padres sabemos que sobreproteger no es educar, pero ¿dónde está el límite? La dificultad de establecer este límite entre la educación y la sobreprotección puede presentarse, por un lado, a la hora de darles todo lo que nos piden en compensación por el poco tiempo que pasamos con ellos; por el otro, cuando evitamos que sufran cualquier daño físico o emocional por mínimo que sea.
Como hijos nuestros que son, no solemos soportar que los niños y las niñas se enfaden, lloren o pataleen, ya que pensamos que lo están pasando mal. Pero lo que en realidad debemos entender es que son formas de descarga emocional necesaria en cualquier persona y deberíamos permitir que la expresaran a su modo ya que cuando los niños descubren que no soportamos sus rabietas y sus llantos, los utilizan para conseguir lo que quieren y para saltarse los límites establecidos.

¿Por qué les sobreprotegemos?

 Durante los primeros tiempos de su vida los hijos dependen totalmente de los padres, especialmente de la madre. A medida que crecen y se desarrollan, la necesidad de protección y cuidados va disminuyendo. Pero, si bien es lógico que en los primeros años de vida los hijos permanezcan atados a las faldas de la madre, estas ataduras se deben ir soltando gradualmente hasta que, finalmente, el niño se “independiza” y alcanza el llamado destete psicológico. Pero muchos padres tienden a prolongar la satisfacción que implica el hecho de la dependencia. Cuando prevalece esta tendencia, los padres se convierten en sobreprotectores. ¿Por qué?
Algunos padres se sienten totalmente responsables de lo que les pueda ocurrir a sus hijos y tienen miedo de cualquier actividad que haga el niño, ya sea el simple hecho de ir solos por las calles o por cualquier otra circunstancia, por nimia que resulte. Estos padres tienden a resolver por sus hijos todos los problemas que se les presentan. Otros consideran que la vida ya es demasiado dura para los adultos, así que hacen que esta sea un camino de rosas para sus hijos e intentan evitar que sus hijos experimenten emociones como el miedo, la tristeza, etc. Otra razón fundamental de la sobreprotección tiene que ver con “querer que los hijos nos quieran”. Para conseguirlo, actuamos equivocadamente: les compramos demasiadas cosas que no necesitan, tenemos dificultad para decirles “No”, nos tomamos como algo personal expresiones que son producto de meras pataletas infantiles: “Eres una mala madre”, “Ya no te quiero…”, etc. También, a algunos padres y madres que pasan poco tiempo con los hijos, les puede asaltar el sentimiento de culpa y argumentan así un excesivo consentimiento: “En el poco rato que estoy con él, no quiero problemas”.
Según Amelia López, presidenta de la Asociación para la Promoción de los Derechos del Niño y la Prevención del Maltrato Infantil (Apremi), algunas de las causas que explican la sobreprotección son el aumento del materialismo, el descenso de la natalidad o la inestabilidad familiar que provoca en familias separadas el intercambio de regalos por afecto. Los expertos indican que todas estas formas de actuar convierten a nuestros hijos en sujetos pasivos, indefensos e inútiles para valerse por sí mismos.
La dependencia de los padres

Los padres también debemos emanciparnos, desarrollarnos y potenciarnos a nivel de pareja e individualmente. Pero esto debemos hacerlo antes de que nuestros hijos se vayan de casa. Poco a poco, debemos dejar de preocuparnos tanto por lo que les ocurre a nuestros hijos, sin renunciar a la relación familiar. Conforme los hijos van creciendo, esta tarea se hace más complicada debido a que el niño va adquiriendo destrezas sin tener conocimiento del peligro que puede correr haciendo muchas cosas por su cuenta. Aquí van surgiendo los primeros problemas familiares acerca del control de la independencia de los hijos.
La cuestión no está en educar bien o mal a un hijo. Los padres queremos a nuestros hijos y deseamos su felicidad, pero hay que saber diferenciar si lo que intentamos conseguir es la felicidad del hijo o la nuestra. En este sentido, la sobreprotección hacia nuestros hijos es muchas veces debida a alguna de las siguientes causas:
- Apoyar nuestra baja autoestima demostrándonos que podemos ser un buen padre o una buena madre.
- Compensar las limitaciones que sufrimos en nuestra niñez. – Aliviar nuestras propias frustraciones evitándoles cualquier dolor.
- Compensar la ausencia del otro padre.
- Compensar nuestra propia ausencia debido al poco tiempo que estamos en casa por motivos laborales.
 - Evitar las rabietas del niño.
Hay que saber hasta qué punto un padre puede meterse en la vida de un hijo, averiguar cuándo le debe prestar ayuda y cuándo dejar que sea él solo el que se saque “las castañas del fuego”. Es doloroso ver a un hijo en una situación difícil, pero tenemos que comprender que un hijo debe crecer y lograr su autonomía.
Los padres también debemos emanciparnos, desarrollarnos y potenciarnos a nivel de pareja e individualmente sin esperar a que los hijos se vayan de casa.

Algunos ejemplos de sobreprotección

José Luís Martínez Núñez, psicólogo clínico, explica que existen muchos padres sobreprotectores que sólo generan una gran dependencia de los hijos para con ellos e irresponsabilidades por parte de los niños. “Anteriormente reprendían excesivamente a los niños con comentarios como ‘esto es lo que tienes que hacer’. En cambio ahora, los padres se han ido hasta el otro extremo”. En los últimos años se ha pasado de la rigidez tremenda hasta ser demasiado condescendientes, y esto sucede porque no se ha encontrado el equilibrio entre ser firmes y a la vez afectuosos.
Las consecuencias de la sobreprotección pueden ser muy negativas. A continuación, reproducimos dos ejemplos reales y cada vez más habituales:
Ejemplo 1: un niño de unos ocho años se acerca a una mochila en un centro comercial y le arranca un elemento decorativo. El dependiente le llama la atención y le pide que se lo devuelva. El niño acude a su padre diciendo que el empleado le ha maltratado. Acto seguido, el padre se encara con el dependiente y le desautoriza de malos modos, en público y delante de su hijo. ¿Qué aprende este niño? Que su padre le defenderá aunque se comporte mal. Es decir, que portarse mal no tiene consecuencias y, por lo tanto, no está mal.
Ejemplo 2: un padre es juzgado por abofetear a un profesor. La razón: el docente había amonestado a su hija porque no quería entrar en clase tras el recreo. El padre no acude al juicio. El profesor no pide sanción: sólo quería que el progenitor le pidiera disculpas delante de su hija, para que ésta supiera la diferencia entre un comportamiento correcto y otro incorrecto. Pero no hay disculpas y el profesor ha cambiado de colegio. La niña sigue en el centro.
Muchos son los indicadores que pueden servirnos de ayuda a la hora de pensar si no les protegemos en exceso, algunos de los más evidentes son:
  • Observar si cuando cometen algún error o tienen algún tropiezo tendemos a disculparles y proyectamos su responsabilidad en compañeros y maestros, o bien si hablamos con ellos de sus conductas y sus resultados.
  • Analizar si tendemos a evitarles situaciones que pensamos pueden resultarles conflictivas o difíciles de resolver o, si por el contrario, procuramos prepararles para ellas.
  • Ver si nos anticipamos a sus demandas procurándoles a menudo lo que aún no han pedido, como juguetes, golosinas, distracciones, etc.
  • Pensar si estamos fomentando en ellos conductas más infantiles de las que corresponden a su edad porque quizá nos resulta difícil aceptar que están creciendo.
Una relación padres-hijos basada en la sobreprotección tiene más efectos negativos que positivos ya que a los niños les costará mucho llegar a alcanzar su madurez.
Además, impedir que un niño aprenda por sí mismo y responda espontáneamente a las situaciones que surjan a lo largo de su proceso evolutivo puede provocar:

  • La disminución en su seguridad personal.
  • Serias dificultades a la hora de tolerar las frustraciones y los desengaños.
  • Un mayor apego hacia sus padres que más adelante puede generalizarse en cualquier tipo de conducta dependiente.
  • Niños insaciables que no saben valorar nada de lo que tienen y que más que desear las cosas las piden de una forma compulsiva y sin sentido.
  • Un retraimiento o inhibición en su conducta que dificultará sus relaciones sociales: no les gusta ir de campamentos, les cuesta jugar o conversar con otros niños de su edad, no pueden afrontar situaciones nuevas.
Por tanto, si no queremos convertir a nuestros hijos en criaturas inseguras, inhibidas y dependientes, hemos de prestar atención a su desarrollo evolutivo para saber qué podemos exigirles que hagan por sí solos.
En cualquier caso, hay que ser conscientes de que van creciendo y deben ir separándose – como nosotros de ellos – para conseguir una identidad propia.


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