Os dejamos con un artículo sobre la sobreprotección hacia los niños/as en la etapa de 3-6 años. El por qué se sobreprotegen, la relación que se tiene al respecto, ejemplos de sobreprotección, etc.
Esperamos que sea de vuestro agrado. Un saludo.
Sobreprotección hacia nuestros hijos
LA RELACIÓN CON NUESTROS HIJOS
Desde que nacen nuestros hijos, los padres
establecemos con ellos un vínculo emocional que nos une de manera especial.
Este lazo lo complementamos con la educación que les damos, pero muchas veces
lo primero restringe lo segundo, o al revés. Los padres sabemos que
sobreproteger no es educar, pero ¿dónde está el límite? La dificultad de
establecer este límite entre la educación y la sobreprotección puede presentarse,
por un lado, a la hora de darles todo lo que nos piden en compensación por el
poco tiempo que pasamos con ellos; por el otro, cuando evitamos que sufran
cualquier daño físico o emocional por mínimo que sea.
Como hijos nuestros que son, no solemos soportar que
los niños y las niñas se enfaden, lloren o pataleen, ya que pensamos que lo
están pasando mal. Pero lo que en realidad debemos entender es que son formas
de descarga emocional necesaria en cualquier persona y deberíamos permitir que
la expresaran a su modo ya que cuando los niños descubren que no soportamos sus
rabietas y sus llantos, los utilizan para conseguir lo que quieren y para
saltarse los límites establecidos.
¿Por qué les sobreprotegemos?
Durante los primeros tiempos de su vida los hijos
dependen totalmente de los padres, especialmente de la madre. A medida que
crecen y se desarrollan, la necesidad de protección y cuidados va disminuyendo.
Pero, si bien es lógico que en los primeros años de vida los hijos permanezcan
atados a las faldas de la madre, estas ataduras se deben ir soltando
gradualmente hasta que, finalmente, el niño se “independiza” y alcanza el
llamado destete psicológico. Pero muchos padres tienden a prolongar la
satisfacción que implica el hecho de la dependencia. Cuando prevalece esta
tendencia, los padres se convierten en sobreprotectores. ¿Por qué?
Algunos padres se sienten totalmente responsables de
lo que les pueda ocurrir a sus hijos y tienen miedo de cualquier actividad que
haga el niño, ya sea el simple hecho de ir solos por las calles o por cualquier
otra circunstancia, por nimia que resulte. Estos padres tienden a resolver por
sus hijos todos los problemas que se les presentan. Otros consideran que la
vida ya es demasiado dura para los adultos, así que hacen que esta sea un
camino de rosas para sus hijos e intentan evitar que sus hijos experimenten
emociones como el miedo, la tristeza, etc. Otra razón fundamental de la
sobreprotección tiene que ver con “querer que los hijos nos quieran”. Para
conseguirlo, actuamos equivocadamente: les compramos demasiadas cosas que no
necesitan, tenemos dificultad para decirles “No”, nos tomamos como algo
personal expresiones que son producto de meras pataletas infantiles: “Eres una
mala madre”, “Ya no te quiero…”, etc. También, a algunos padres y madres que
pasan poco tiempo con los hijos, les puede asaltar el sentimiento de culpa y
argumentan así un excesivo consentimiento: “En el poco rato que estoy con él,
no quiero problemas”.
Según Amelia López, presidenta de la Asociación para
la Promoción de los Derechos del Niño y la Prevención del Maltrato Infantil
(Apremi), algunas de las causas que explican la sobreprotección son el aumento
del materialismo, el descenso de la natalidad o la inestabilidad familiar que
provoca en familias separadas el intercambio de regalos por afecto. Los
expertos indican que todas estas formas de actuar convierten a nuestros hijos
en sujetos pasivos, indefensos e inútiles para valerse por sí mismos.
La dependencia de los padres
Los padres también debemos emanciparnos,
desarrollarnos y potenciarnos a nivel de pareja e individualmente. Pero esto
debemos hacerlo antes de que nuestros hijos se vayan de casa. Poco a poco,
debemos dejar de preocuparnos tanto por lo que les ocurre a nuestros hijos, sin
renunciar a la relación familiar. Conforme los hijos van creciendo, esta tarea
se hace más complicada debido a que el niño va adquiriendo destrezas sin tener
conocimiento del peligro que puede correr haciendo muchas cosas por su cuenta.
Aquí van surgiendo los primeros problemas familiares acerca del control de la
independencia de los hijos.
La cuestión no está en educar bien o mal a un hijo.
Los padres queremos a nuestros hijos y deseamos su felicidad, pero hay que
saber diferenciar si lo que intentamos conseguir es la felicidad del hijo o la
nuestra. En este sentido, la sobreprotección hacia nuestros hijos es muchas
veces debida a alguna de las siguientes causas:
- Apoyar nuestra baja autoestima demostrándonos que
podemos ser un buen padre o una buena madre.
- Compensar las limitaciones que sufrimos en nuestra
niñez. – Aliviar nuestras propias frustraciones evitándoles cualquier dolor.
- Compensar la ausencia del otro padre.
- Compensar nuestra propia ausencia debido al poco
tiempo que estamos en casa por motivos laborales.
- Evitar las rabietas del niño.
Hay que saber hasta qué punto un padre puede meterse
en la vida de un hijo, averiguar cuándo le debe prestar ayuda y cuándo dejar
que sea él solo el que se saque “las castañas del fuego”. Es doloroso ver a un
hijo en una situación difícil, pero tenemos que comprender que un hijo debe
crecer y lograr su autonomía.
Los padres también debemos emanciparnos,
desarrollarnos y potenciarnos a nivel de pareja e individualmente sin esperar a
que los hijos se vayan de casa.
Algunos ejemplos de sobreprotección
José Luís Martínez Núñez, psicólogo clínico, explica
que existen muchos padres sobreprotectores que sólo generan una gran
dependencia de los hijos para con ellos e irresponsabilidades por parte de los
niños. “Anteriormente reprendían excesivamente a los niños con comentarios como
‘esto es lo que tienes que hacer’. En cambio ahora, los padres se han ido hasta
el otro extremo”. En los últimos años se ha pasado de la rigidez tremenda hasta
ser demasiado condescendientes, y esto sucede porque no se ha encontrado el
equilibrio entre ser firmes y a la vez afectuosos.
Las consecuencias de la sobreprotección pueden ser muy
negativas. A continuación, reproducimos dos ejemplos reales y cada vez más
habituales:
Ejemplo 1: un niño de unos ocho años se acerca a una
mochila en un centro comercial y le arranca un elemento decorativo. El
dependiente le llama la atención y le pide que se lo devuelva. El niño acude a
su padre diciendo que el empleado le ha maltratado. Acto seguido, el padre se
encara con el dependiente y le desautoriza de malos modos, en público y delante
de su hijo. ¿Qué aprende este niño? Que su padre le defenderá aunque se
comporte mal. Es decir, que portarse mal no tiene consecuencias y, por lo
tanto, no está mal.
Ejemplo 2: un padre es juzgado por abofetear a un
profesor. La razón: el docente había amonestado a su hija porque no quería
entrar en clase tras el recreo. El padre no acude al juicio. El profesor no
pide sanción: sólo quería que el progenitor le pidiera disculpas delante de su
hija, para que ésta supiera la diferencia entre un comportamiento correcto y
otro incorrecto. Pero no hay disculpas y el profesor ha cambiado de colegio. La
niña sigue en el centro.
Muchos son
los indicadores que pueden servirnos de ayuda a la hora de pensar si no les
protegemos en exceso, algunos de los más evidentes son:
- Observar si cuando cometen algún error o tienen algún tropiezo tendemos a disculparles y proyectamos su responsabilidad en compañeros y maestros, o bien si hablamos con ellos de sus conductas y sus resultados.
- Analizar si tendemos a evitarles situaciones que pensamos pueden resultarles conflictivas o difíciles de resolver o, si por el contrario, procuramos prepararles para ellas.
- Ver si nos anticipamos a sus demandas procurándoles a menudo lo que aún no han pedido, como juguetes, golosinas, distracciones, etc.
- Pensar si estamos fomentando en ellos conductas más infantiles de las que corresponden a su edad porque quizá nos resulta difícil aceptar que están creciendo.
Una relación
padres-hijos basada en la sobreprotección tiene más efectos negativos que
positivos ya que a los niños les costará mucho llegar a alcanzar su madurez.
Además, impedir
que un niño aprenda por sí mismo y responda espontáneamente a las situaciones
que surjan a lo largo de su proceso evolutivo puede provocar:
- La disminución en su seguridad personal.
- Serias dificultades a la hora de tolerar las frustraciones y los desengaños.
- Un mayor apego hacia sus padres que más adelante puede generalizarse en cualquier tipo de conducta dependiente.
- Niños insaciables que no saben valorar nada de lo que tienen y que más que desear las cosas las piden de una forma compulsiva y sin sentido.
- Un retraimiento o inhibición en su conducta que dificultará sus relaciones sociales: no les gusta ir de campamentos, les cuesta jugar o conversar con otros niños de su edad, no pueden afrontar situaciones nuevas.
Por tanto, si
no queremos convertir a nuestros hijos en criaturas inseguras, inhibidas y dependientes,
hemos de prestar atención a su desarrollo evolutivo para saber qué podemos
exigirles que hagan por sí solos.
En cualquier
caso, hay que ser conscientes de que van creciendo y deben ir separándose –
como nosotros de ellos – para conseguir una identidad propia.
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